A falta de guion, hay que improvisar
Aunque soy una persona puntual, siempre llego tarde. Últimamente estoy a destiempo, entre tantas cosas, con mis palabras.
Mi llegada siempre se retrasa, aunque soy una persona bastante puntual. Llego a tiempo al trabajo, a la facultad, a terapia y pilates. También a las citas, a la casa de mi amiga o al médico. Sin embargo, llego tarde a otros espacios. A los menos literales. Aquellos que no se delimitan con líneas, sino con palabras. Y hablando de palabras, sin dudas, también estoy a destiempo con ellas. Por ejemplo, este newsletter lo tengo pendiente hace semanas. Llegué tarde, pero acá estoy. Espero que no te moleste mi retraso.
El otro día entré a las once de la mañana al trabajo (últimamente no tengo un horario fijo) y cuando me subí al colectivo, estaba vacío en la medida justa. No estaba sola, pero tampoco ningún cuerpo me rozaba. El equilibrio perfecto de personas. Parecía que nadie tenía apuro. Algunos dormían. ¿Se despertarán para bajar? Había dos preadolescentes. ¿No deberían estar en el colegio? No sé, sentí que estábamos en un paréntesis temporal. Algunas veces, estar a destiempo con la rutina no parece tan terrible. Sin embargo, a mí me es algo que no me deja dormir. Recuerdo perfectamente una escena de This Is Us (gran serie que lloré con mi madre) donde la protagonista explicaba que Randall, su hijo adoptado, era una persona que las cosas le iban a llegar tarde. Por ninguna razón en particular. No era bueno ni malo. Simplemente, era cómo la vida se comportaba con él. Yo siempre me sentí un poco Randall. Con todo. No voy a entrar en detalles, para no decir traumas, pero últimamente lo siento específicamente con la palabra. Me quedan cosas por decir que no sé dónde dejar. Las guardo con la esperanza de reencontrarme con ciertas personas o temas. Pero cuando no sucede, me pesan aún más. ¿Sabías que las palabras acumulan polvo? Yo lo descubrí hace poco.
Anora y sus diálogos
Siguiendo con la temática “llegar tarde”, hace casi dos meses que Anora ganó el Oscar a Mejor Película. El gran Sean Baker se llevó un total de cinco estatuillas. Mientras que la ceremonia anticipaba que la película iba a ser la elegida para el premio final, repasé internamente que fue lo que me había gustado más. ¿La escena final? ¿El clima tenso con pura adrenalina? No, sus diálogos. Lo que más me había llamado la atención era el lugar que Sean Baker le había decidido dar a las palabras. Los actos parecían no tener un cierre. Las conversaciones parecían no tener un punto final. Y, aun así, siempre terminaban. Los personajes gritaban y terminaban afónicos sus oraciones, pero se iban satisfechos. Todo lo que se pudo haber dicho, estaba dicho. Y tal vez este era mi gran problema: nunca logró decir todo lo que quiero.
A veces me encuentro repasando conversaciones que tuve semanas atrás. ¿Por qué no dije esto? ¿Por qué me olvidé de mencionar aquello? En general, me quedo con sabor a poco. No coincido temporalmente con mis palabras. Me llegan tarde, pero llegan. ¿Y lo peor? Trabajo con la palabra y me siento incómoda con ella. No la domino. Necesito que Sean Baker sea el director de mis diálogos. Sin embargo, a falta de guion, hay que improvisar.
¿Quién no está a destiempo con sus palabras?
Mi gran problema no es que llego tarde a todos lados, sino que me creo la protagonista de una película y ya dejé bastante en claro que la vida lejos está de ser una obra cinematográfica. ¿Acaso hay alguien que queda completamente satisfecho con su palabra? ¿Quién no repasa discusiones en su cabeza? ¿Quién no salió de un examen convencido de que pudo haber escrito una mejor respuesta? Tal vez le doy demasiadas vueltas a mis palabras porque me importa qué sale de mi boca y qué queda dentro mío. O porque me preocupa dominarla para sentirme segura en mis próximos diálogos. Pero sé que no soy la única. Deben ser pocos los que verdaderamente logran decir todo lo que quieren. La palabra da hambre. Uno se queda con ganas de haber dicho (o hecho) más.
Dicen que los últimos son los mejores, pero ¿en qué? Siempre envidie a los que llegan tarde. A los que sin apuro se acomodan en la silla de la oficina o del aula. Los que se retrasan en los médicos porque saben que los atienden igual. Caminan con tranquilidad. Su cara expresa serenidad. Casi como si supieran que no hay necesidad de correr porque todos los caminos conducen al mismo lugar (o a Roma). Sin embargo, aún le doy vuelta al tema de la palabra. ¿Alguna vez me conformaré y quedaré satisfecha? No lo sé, en general me quedo con la sensación de que pude haber dicho (o hecho) las cosas mejor. Incluso me sucede acá. No vuelvo a leerme. Una vez que un newsletter sale a la luz, no quiero saber más nada. No me leo porque sé que pude haberlo escrito mejor. ¿Sobreexigencia? Sí, seguro. ¿Inconformista? También. Pero cada quince días saco un newsletter. Intento dar la cara cuando me llaman o estar presente en toda conversación, incluso en las más incómodas. Respondo preguntas que me agarran desprevenida. La palabra me llega. Tal vez no de la forma ideal, pero no me deja sola. Aunque me tiemble la voz y las oraciones se choquen entre ellas, siempre intento decir. Tal vez haya algo peor que llegar tarde: resignarse y dar marcha atrás. Escuchar y no decir. Estaré condenada a ser Randall, pero no me quedo en el camino.
Cómo te comenté antes, este newsletter lo había escrito semanas atrás, pero decidí retomarlo. Debo confesar que lo escribí de un tirón (espero que te haya gustado y no sea cualquier cosa). A veces, hay que darle espacio y una segunda oportunidad a la palabra (o a todo). Otras veces no se puede. Hay que salir con lo que tenemos a mano. Hay que decir lo que encontramos. A falta de guion, hay que improvisar. A esta altura de la vida, no se trata de llegar a tiempo. Sino de simplemente llegar.
Recomendaciones
Estos días estuve haciendo malabares con mi vida, así que no hubo mucho lugar para el cine, la música o los libros. En tiempos caóticos, no soy parámetro para hacer recomendaciones. Sin embargo, se me ocurrió dejarte eventos para que salgas de tu hogar, respires otoño y te tomes una pausa, que siempre son necesarias.
Feria del libro - del 24 de abril al 12 de mayo en La Rural
Este año la Feria cuenta con un stand de Mubi, un espacio recreativo para cinéfilos donde si te acercas y decís que estás suscript@, te regalan una tierna postal (prometo que no me pagaron para contarte esto).
Además, el stand de Grupo Octubre (705 - azul) está dedicada al gran Leonardo Favio. En otras palabras, estamos ante una edición muy cine.
Más allá de estos datos de color, en tiempos críticos para la cultura, ir a la Feria del Libro es sinónimo de batallar (micromilitancia diría mi amiga Juana) Entrá acá para más información.
Tiempo de Pagar - Gratis en Fundación SAGAI - Martes 29 de abril
La Fundación SAGAI presenta Tiempo de Pagar de Felipe Wein en su programación “Lo nuevo en pantalla - Cine Nacional”. Entrada libre y gratuita con reserva en Alternativa Teatral. ¿Cuándo? Martes 29 de abril a las 19:30hs. Gran oportunidad para disfrutar de esta frenética obra nacional.
Tesis sobre una Domesticación se estrena en el Malba
La película basada en la novela de Camila Sosa Villada se estrena el viernes 2 de mayo en el Malba. Este retrato protagonizado por la misma escritora se podrá ver todos los viernes del mes en el museo. Tuve la oportunidad de verla en el Bafici y, aunque no fue mi favorita, reconozco que es una historia que no le tiene miedo a nada. En tiempos de tibieza, hay que reconocer la valentía. Más información acá.
Esperando la Carroza vuelve al cine
Éste clásico argentino se reestrena en cines el 8 de mayo en una versión remasterizada para celebrar su 40° aniversario. ¿Mayo? Un mes de buenas noticias.
Mes del cine nacional en el Gaumont
Mayo es el mes del cine nacional y el mágico Gaumont lanzó una programación para que podamos disfrutar de una película distinta todas las noches. Nada más lindo que celebrar nuestro cine. Más información acá.
Frases rescatadas
“Esa necesidad de escribir nunca se va”, dijo un tal Mariano en una clase del Diplomado. Nuestro profesor con su acento chileno le respondió que eso sí se va y que justamente estábamos ahí “resistiendo”.
“Hay puertas, solo hay que patearlas”, dijo un compañero de trabajo que es muy gracioso. Sin salirse de la comedia, me dejó en claro que en nuestra profesión no hay que dejar de insistir. No sé si también se refería a la vida, después le voy a preguntar.
“Este espacio es para las repeticiones”, me dice mi psicóloga. Me gusta saber que tengo un lugar para ir y volver sobre los mismos temas. No lo había pensado de esta forma.
“No hay escritura inocente”, explica Leila Guerreiro en un taller en el que participé. Lo dice con altura, pero sin soberbia. En la escritura (o en la vida) todo lo que elegimos, es por algo.
“Esto tiene un fin”, me dice mi jefe serio, asumiendo que algún día ninguno de los dos va a estar donde nos encontramos ahora. Sé que también se refiere a nuestro vínculo laboral. Me pareció un acto valiente que reconozca ese “fin” y después todo siguiera con normalidad.
El otro día en mis redes te conté que este espacio ya tenía más de 2.000 suscriptores. No conozco tanta gente, así que me pone un poco nerviosa que mis palabras lleguen a personas que desconozco por completo. Sin embargo, a pesar de los miedos y las presiones, este era el principal objetivo del newsletter: que mis palabras dejen de acumular polvo y sean de otros. Así que, si sos nuevo o nueva, te doy la bienvenida. Gracias por acompañarme y espero no decepcionarte. Y a vos, que me lees desde el principio, gracias por seguir leyéndome.
Ahora sí, no quiero retrasar mi despedida. Es momento de decir adiós. Te abrazo y te agradezco. Nos estaremos reencontrando el próximo mes. Hasta la próxima. Adiós.
Atentamente,
Film Queen
Hermoso. Gracias
Creo que mis momentos de mayor impotencia siempre fueron ésos en los que no encontraba las palabras para expresar lo que sentía.
Será que las palabras, como todo lo realmente importante, las valoramos más cuando no las tenemos?